En los 45 años de existencia de CincoDías, el periódico ha presenciado y narrado una época marcada por hitos significativos en el ámbito económico. Algunos de estos eventos incluyen la transición democrática en España, la incorporación del país a la entonces Comunidad Económica Europea y posteriormente a la moneda única, la caída del Muro de Berlín, el auge de la globalización, la ascensión de China y el surgimiento de un mundo multipolar. En estas primeras dos décadas del siglo XXI, en las que la historia parece haberse acelerado, se suman a esa lista sucesos tan impactantes como la Gran Recesión, la pandemia de Covid-19 y, en la actualidad, el conflicto en Ucrania.
Estos eventos recientes configuran un contexto en el cual se materializan tendencias de larga data que llevaban gestándose durante años.
Simultáneamente, como es común después de cualquier gran crisis, se cuestionan ciertos principios fundamentales del paradigma de política económica predominante en las décadas de 1980 y 1990. Además, estamos siendo testigos de la evaluación y prueba de la estructura de la institucionalidad internacional multilateral que ha predominado en el último siglo. Organizaciones como el FMI, el G20, la OMC y la OTAN se han visto obligadas a reorientar sus metas, sus métodos de actuación o su composición.
La dinámica cambiante de este entorno tampoco deja de afectar la agenda de la Unión Europea, que, en sus inicios concebida como un proyecto principalmente económico, ha evolucionado para convertirse en uno de los proyectos políticos más significativos de nuestra era.
En los próximos años, la economía española enfrentará desafíos en al menos tres áreas clave. En primer lugar, será crucial llevar a cabo la transición ecológica y la descarbonización de nuestra base productiva. En segundo lugar, se deberá acelerar la transición digital, asegurándose de que nadie quede rezagado en este proceso. Y en tercer lugar, tanto España como la Unión Europea tendrán que consolidar una autonomía estratégica abierta, disminuyendo las vulnerabilidades actuales.
España necesita finalizar la descarbonización de su base productiva y avanzar en la transición digital, asegurando que nadie quede rezagado.Tanto las crisis enfrentadas como los procesos de transición que aún deben llevarse a cabo deben tener en cuenta la importancia de un reparto equitativo de las cargas dentro de nuestra sociedad. La desigualdad profunda crea un terreno propicio para el surgimiento de movimientos populistas. Si estos influyen en el debate público, ninguna agenda política de alcance multilateral y a largo plazo puede lograr su éxito pleno.
Sin embargo, España ha exhibido fortaleza y resiliencia en estos últimos años, atributos que le proporcionan la capacidad de encarar el futuro con confianza.
El primero de estos rasgos se evidencia en nuestro mercado laboral. Por primera vez en décadas, España emerge de un contexto de crisis global, como el ocasionado por el Covid en primer lugar, y posteriormente el conflicto en Ucrania, sin experimentar una destrucción masiva de empleo.
Por el contrario, los nuevos mecanismos establecidos, como los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE), en conjunto con la reforma laboral, han tenido un impacto positivo en un mercado laboral que ha logrado generar casi 900,000 nuevos afiliados a la Seguridad Social en comparación con la cifra anterior a la pandemia. Además, se ha reducido la tasa de temporalidad en 13 puntos, aproximadamente a la mitad de su nivel anterior.
Además, la estructura de nuestro mercado laboral refleja cambios significativos en el modelo productivo. Por ejemplo, en comparación con 2019, ha habido un aumento del 20% en los afiliados a actividades de información y comunicaciones, y un aumento del 12% en actividades científicas y técnicas o en el sector educativo. Estos datos son evidencia clara de un cambio ya en marcha, que convertirá la digitalización en un impulsor de la creación de empleo en sectores tecnológicos fundamentales proyectados hacia el futuro.
En segundo lugar, la competitividad internacional de la economía española demuestra una notable resiliencia. En los últimos dos años, se ha intensificado una tendencia que ya se había iniciado durante la salida de la Gran Recesión.
Nuestra economía ha logrado enfrentar de manera consecutiva la crisis del Covid y una crisis energética internacional, manteniendo un superávit en la balanza por cuenta corriente y mejorando nuestra posición como inversores a nivel internacional. Este camino se respalda en el aumento del volumen y la capacidad exportadora de nuestro entramado empresarial, donde los servicios no turísticos han desempeñado un papel destacado. Actividades como la consultoría, la investigación y desarrollo (I+D), y las telecomunicaciones, entre otros sectores de alto valor añadido, hoy generan ingresos para nuestra economía equiparables al sector turístico.
En tercer lugar, existe otra dimensión que respalda la fortaleza y la sabiduría con la que nuestro país se está posicionando en el escenario futuro, y se relaciona con nuestro consumo de energía. En 2022, el Producto Interno Bruto (PIB) español experimentó un crecimiento del 5,5%, mientras que la demanda de energía eléctrica disminuyó un 7,4%.
Esta capacidad para mejorar la eficiencia se observa a nivel europeo, pero se manifiesta con mayor intensidad en nuestro país. Además, en los últimos tres años, más del 40% de la generación eléctrica en España ha provenido de fuentes renovables.
Finalmente, todas estas transformaciones se reflejan claramente en el avance de la productividad. A pesar de las revisiones significativas en nuestro PIB, al igual que en otras grandes economías europeas, el año 2022 ha arrojado un resultado cualitativamente relevante: nuestra productividad ha experimentado un crecimiento sustancial, superando el 1.5%, al mismo tiempo que se incrementa significativamente el empleo. Para encontrar una convergencia similar entre un aumento notable de la productividad y el crecimiento del empleo, habría que remontarse a 1995.
España ha iniciado este desafiante comienzo del siglo XXI con una estrategia concretada en el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Este plan representa una oportunidad única para acelerar la modernización de nuestra economía, respaldada por una asignación adicional de fondos para la inversión a través de programas como NGEU y RepowerEu, entre otras iniciativas. Además, se ha establecido una ambiciosa agenda de reformas equilibradas.
En resumen, a pesar de la complejidad del entorno actual, España dispone de cimientos robustos para enfrentar los desafíos presentes. Lo que es aún más significativo, cuenta con notables fortalezas internas que permiten contemplar el futuro con optimismo y confianza en nuestras capacidades.
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