La magnitud de los cambios económicos y sociales que acompañan al proceso de globalización, la imparable transición hacia la denominada sociedad del conocimiento o el inexorable envejecimiento de la población conforman un marco de continuos desafíos para la competitividad de las economías. Se quiera o no, todos ellos son fenómenos que influyen decisivamente sobre la capacidad de los países para generar prosperidad y bienestar. Esta cuestión es especialmente preocupante para España, en cuanto que nuestro patrón de crecimiento padece una progresiva pérdida de competitividad que no podrá subsanarse con medidas parciales, sino que requiere de una reorientación hacia un modelo más moderno, dinámico y flexible.
Esta es una cuestión que no afecta sólo a los directivos empresariales, sino que se pone también de manifiesto en los mandos intermedios. Y ahí es donde una formación profesional de calidad, adaptada a las necesidades del mercado y muy volcada en aspectos tecnológicos, constituye un factor diferencial de
competitividad.
Durante mucho tiempo la formación profesional en España ha permanecido, desafortunadamente, en una situación de desprestigio y descuido, tanto político como social, en contraste con lo que sucedía en otros países industrializados. El resultado ha sido un claro desajuste entre el tipo de formación que reclama la economía española y las cualificaciones de los trabajadores, manifestado a través de la coexistencia de la sobreeducación con una insuficiente oferta de personas con determinadas cualificaciones.
Los empresarios siempre dicen que la formación universitaria no satisface sus necesidades reales, que la enseñanza no cumple con los requisitos de un mercado laboral global y competitivo, lo cierto es que España tiene más universitarios que la media de la Europa de los 27. Las empresas parecen preferir a los titulados en FP, una educación fuertemente arraigada en economías potentes.
Pero en España, la media de titulados en FP está veinte puntos por debajo de la media europea. Quizá porque el modelo no acaba de verse como una opción con perspectivas profesionales interesantes, retribuciones aceptables y posibilidades de carrera para los que se incorporan al mercado laboral. Cuando sí que lo es, y lo puede ser aún más con los últimos cambios, y otros, que se están produciendo en el panorama educativo.
Facilitar el acceso a este grado formativo a los alumnos que no han completado la Educación Secundaria Obligatoria, o convalidar módulos o el título a los profesionales con determinada experiencia son algunas de las mejoras que se están poniendo en marcha. Se trata de que la PF forme para el mercado de trabajo, y así potenciar un cambio, ahora más necesario que nunca.
La población española en edad de trabajar debe mejorar su nivel educativo y acceder a una cualificación profesional intermedia. Ahora mismo, en España sólo el 23% de la población en edad de trabajar tiene este tipo de titulación. Nos sobran los ‘no preparados’. De ahí la importancia de dar acceso a la formación a la población en edad de trabajar.
Pero esta formación debe tener en cuenta que tanto la edad, como la experiencia profesional y los estudios previos pueden ser muy dispares, y trabajar para que, independientemente de las políticas autonómicas y de la descentralización, existan unos criterios comunes para no frustrar las expectativas de los alumnos, otro de los principales problemas del sistema actual. Hacer más accesible la formación profesional no ha de ser igual a rebajar la calidad, ni tampoco a hacer ver que un titulado en FP es comparable a un titulado universitario.
Cualquier propuesta de mejora de la FP española debe adoptar, al menos, una doble perspectiva. Por un lado, la necesidad de vincular lo más posible la FP al mercado de trabajo, puesto que es el segmento de la educación que está más específicamente destinado a proporcionar habilidades laborales a las personas. Para
ello este tipo de formación ha de ser de alta calidad y estar claramente orientada a ofrecer las capacidades demandadas en el mercado de trabajo. Por otro lado, se requiere una visión integral de las diversas fases de la FP.
El escaso valor que algunos sectores dan a la FP, o incluso a formaciones superiores, viene por el hecho de que en España muchos trabajadores altamente cualificados están en puestos inferiores a su preparación. O incluso en el paro. Las empresas son las primeras que en muchas ocasiones no demandan cualificación. Puede servirles para pagar menos, pero en momentos tan duros como el actual, no les servirá para competir. Y mucho menos a sus empleados.
Nuestro sistema es comparable al resto de Europa, pero todavía tenemos que aprender de países como Alemania y Holanda para que seamos capaces de liderar los cambios de la FP. Además, debemos ir abandonando la cultura de la cualifación en casa, según la cual las empresas contratan por niveles y ellas se encargan de la cualificación.
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