La propiedad intelectual es tema de debate en diferentes ambientes, algunos plantean cambiar esta ley en los tiempos que corren
La Propiedad Intelectual es la relacionada a los derechos intangibles, tiene que ver con las creaciones de la mente: las invenciones, las obras literarias y artísticas, los símbolos, los nombres, las imágenes y los dibujos y modelos utilizados en el comercio, se ha popularizado para nombrar a una serie de marcos jurídicos que regulan monopolios artificiales sobre expresiones de ideas, marcas, denominaciones de origen, y varias otras cosas de dispar naturaleza. Así, esta expresión pretende resumir, bajo un mismo rótulo, mecanismos jurídicos de naturaleza diferente que difícilmente podrían ser asimilables entre sí, y mucho menos al concepto de “propiedad”. Así entendida, pues, la propiedad intelectual nos remite a conceptos tales como las patentes, los copyrights o derechos de autor, las marcas y los secretos comerciales.
La Propiedad Intelectual es fundamental para la sociedad, pues si no se respeta no se puede contar con un correcto funcionamiento del mercado, se está volviendo un tema cada vez más importante en discusiones sobre política económica. Por un lado, la tecnología moderna ha creado productos totalmente nuevos que plantean problemas para la definición y delimitación de los 'derechos de propiedad' sobre estos bienes. Por otro lado, algunos de estos mismos desarrollos están haciendo cada vez más difícil la protección de las formas más convencionales de propiedad intelectual. Las tensiones que las nuevas tecnologías imponen sobre las leyes actuales están generando demandas para una mayor firmeza en la aplicación de los mecanismos legales existentes. A nivel internacional, el gobierno de los Estados Unidos desde hace varios años ha tomado la delantera a este respecto, presionando a otros países para que fortalezcan sus leyes de propiedad intelectual y/o las modifiquen para que se apeguen más a los actuales estándares norteamericanos.
En vista de estas tendencias, ahora es un buen momento para repensar radicalmente los tradicionales conceptos de propiedad intelectual. Hay personas que piensan que la propiedad intelectual no está justificada desde un punto de vista ético y que su coartada utilitarista es menos convincente de lo que parece. Desde una perspectiva ética se ha argumentado que las patentes y los copyrights confieren derechos de control parciales sobre la propiedad tangible de terceros, lo que atenta contra el derecho de propiedad de los poseedores naturales.
Por otro lado, la propiedad emanada de la escasez y las ideas no son bienes escasos, no es posible que haya conflicto con respecto a sus usos alternativos porque éstos no son excluyentes, luego las ideas no pueden ser objeto de apropiación. Además, la distinción entre descubrimientos no patentables e inventos patentables y los límites temporales de las patentes y los copyrights son por entero arbitrarios. Desde una perspectiva económica-utilitarista hemos disputado que el progreso motivado por la propiedad intelectual sea tan ostensible como alegan sus valedores, y al mismo tiempo hemos señalado los ingentes costes que este tipo de regulaciones conllevan. Se ha apuntado también la posibilidad de proteger las obras artísticas y los inventos por vía contractual, distinguiéndola de los derechos reservados propios del monopolio legal, que vinculan a todos y no únicamente a las partes que consienten. Por último, se han sugerido algunas alternativas de mercado a las patentes y a los copyrights.
Un reciente informe, “Toward a New Era of Intellectual Property: from Confrontation to Negotiation“, subraya la imperiosa necesidad de redefinir los términos de la propiedad intelectual para adaptarlos a los tiempos en que vivimos. Una alternativa a quienes, directamente, abogan por su directa abolición. Voces que, sin duda, habrá que escuchar y tener en cuenta en un debate que aparece como una tarea imposible, por los importantísimos intereses económicos que lo impiden y la magnitud del consenso que sería preciso alcanzar para el mismo. Sin embargo, una cosa es clara: empeñarse en defender las teorías clásicas no nos lleva a ningún sitio, más que al sinsentido, al beneficio de unos pocos interesados y al perjuicio del progreso en general.